A un paso de Jaca, te deslumbrará el Monasterio de San Juan de la Peña, testigo del nacimiento del Reino de Aragón y del paso del Santo Grial.
Dice la tradición que el cáliz en el que Cristo bebió en la última cena lo trajo de Roma san Lorenzo.
Busca bajo una imponente roca el Monasterio Viejo. Lo fundaron ahí los benedictinos en el siglo IX. Tiene dos plantas. En la inferior, hay una iglesia mozárabe que conserva frescos románicos y la sala “de Concilios”. En la superior, se hallan el panteón de los nobles y la iglesia alta, de una nave con tres ábsides a la que la roca sirve en parte de cubierta.
Ahí está el panteón real en el que fueron enterrados los reyes de Aragón y Navarra durante quinientos años. La decoración actual es del siglo XVIII.
Tras franquear una puerta mozárabe se accede al bello claustro románico del siglo XII, arrinconado entre el precipicio y la roca que le sirve de tejado.
Este peculiar conjunto te confesará los daños que le ocasionaron incendios y heladas, tantos que, a finales del siglo XVII, hubo que construir el Monasterio Nuevo, en una pradera más soleada, la de San Indalecio. Lo levantaron con barrocas y recargadas portadas.
Tras un corto y relajante paseo, asómate al Balcón de los Pirineos. Tal vez te encuentres con alguno de los quebrantahuesos, buitres, ardillas, ciervos y corzos que frecuentan esos parajes. Muy cerca tienes más iglesias románicas en Botaya, Alastuey y Binacua.
En Santa Cruz de la Serós, puedes disfrutar de una cuidada arquitectura popular rematada con fabulosas chimeneas adornadas con “espantabrujas”. Sus dos joyas, también románicas, son la iglesia de Santa María, ya citada, y la ermita de San Caprasio. ¿Quieres más emociones?
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